El funcionalismo es un movimiento teórico surgido a
principios del siglo XX y cuyos máximos representantes son Émile Durkheim y
Talcott Parsons entre otros.
Durkheim afirmaba que la Educación está conectada de
diferentes formas con las instituciones económicas, familiares, políticas y
religiosas.
En el ámbito económico, el funcionalismo señala la
correlación existente entre el nivel educativo y el crecimiento económico,
considerando que la educación contribuye al crecimiento social cualificando técnicamente
a la mano de obra.
Existen dos vertientes claras en relación con el
funcionalismo educativo:
- Por un lado se encuentra la teoría técnico-funcionalista, que asume que existe una adecuación entre el puesto de trabajo y la formación que este requiere, lo cual lleva a que los puestos que requieren mayor formación serán los más valorados por la sociedad; en este sentido las desigualdades de origen no afectan a los méritos personales. Para esta teoría, la Educación también influye a niveles psicológicos (motivación por el rendimiento), políticos e ideológicos.
- Por otro lado encontramos la teoría del capital humano. Esta teoría sostiene que la inversión más rentable que puede hacer el sistema económico para crecer, es en la educación de las personas, puesto que mejoran la productividad e incrementan las rentas de los inversores. Esta formación también influye en la diferencia de salarios, teniendo una mayor renta las personas con una mejor preparación, al margen de las diferencias familiares o las habilidades personales.
CRÍTICA AL
FUNCIONALISMO
En 1966, se publicó el Informe
Coleman que consideraba que la escuela no servía para eliminar las
desigualdades sociales. Posteriormente, a dicho informe se sumaron otra serie
de críticas que sostenían que la institución escolar no era determinante en las
desigualdades sociales (ni de forma positiva ni negativa) por sí mismas, sino
que influía de una forma casi inapreciable sobre estas desigualdades. Estas críticas
consideran que son la situación familiar y en general el entorno los que
influyen directamente con la organización de clases sociales. Incluso, algunos
autores señalan que para que pueda darse una igualdad de oportunidades en la
enseñanza, primero se deben reducir las desigualdades económicas.
Además de los motivos de desigualdad, también encontramos el
credencialismo como motivo de crítica al funcionalismo. Este término viene de
la palabra “credenciales”, puesto que este movimiento relaciona el
funcionalismo con el dominio de los títulos educativos, que se utilizan a modo
de comodín por encima de los propios conocimientos en la lucha de clases y de
movilidad social.
Estas críticas llevaron a la teoría educativa funcionalista
a la decadencia, puesto que parecían
demostrar que la educación, así como su inversión en la misma, no influían (al
menos de forma determinante) en la estructura social ni en la economía.
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Actualmente, aunque parezca contradictorio, encontramos
muestras de ambas posiciones en nuestra sociedad, y más concretamente en la
Educación.
Por una parte, nos encontramos con que la escuela nos forma
para la ejecución de un puesto de trabajo concreto, parece que no tiene más
finalidad que esa. Lo vemos reflejado en las últimas leyes educativas, como es
el caso de la LOE y la polémica LOMCE, que está pendiente de su aprobación prácticamente
inminente. Sobre todo en esta última se percibe una clara mercantilización de
la Educación, considerándola como una mera herramienta para la preparación para
puestos de trabajo. Pero también está presente en la sociedad, y en la
concepción que esta tiene sobre la Educación.
Constantemente escuchamos frases
como “tienes que estudiar para poder encontrar un buen trabajo” o “no elijas
esos estudios, que no tienen salida” y esto se ve incrementado por la situación
económica actual, que ha llevado a la gente a prepararse académicamente para
poder optar a un puesto de trabajo. Esta consideración de la Educación la vamos
adquiriendo, casi inconscientemente, de la sociedad, simplemente dejándonos
llevar por el modelo establecido.
Pero, por otra parte, no podemos dejar de observar como,
sobre todo en ciertos ámbitos, los títulos terminan sin servir “para nada”. Hay
ciertas carreras o formaciones profesionales que están saturadas, y esto lleva
a que en muchos casos las personas con titulación estén en paro o trabajando en
puestos laborales que no se corresponden ni de lejos con su formación
académica. Esto lleva a que cada vez se exijan más titulaciones a la hora de la
contratación, titulaciones que solo se puede permitir económicamente una parte
de la sociedad, lo cual nos lleva a considerar que la situación económica
familiar de una persona influye de manera muy destacada en los estudios a los
que le es posible acceder, y de esta manera a los puestos de trabajo a los que
puede optar.